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EL MILAGRO DE UNA TRASFUSIÓN

 

Hace poco, cuando el ingreso de mi querido y anciano padre en el hospital, nadie podía tergiversar las cosas, la calma tormentosa entorno a su gravedad era evidente, su expresión sombría pintaba un cielo negro donde todo apremiaba.
La severidad de su hemorragia interna golpeaba impertérrita, y la cadencia de su partida resonaba toda en él.

Porque los doctores no aconsejaban ninguna intervención traumática debido a su mucha edad y a sus altas cifras del Sintrom en sangre, se decidiría aplicarle una trasfusión de sangre que le ayudase a reponer y mejorar su hematología, y así fue, tras dos bolsas de sangre trasfundida, y antibióticos para intentar atajar su pérdida de sangre, mi nonagenario padre remontó el vuelo al punto de días después ser dado de alta.

Y aunque la enfermedad que padece pronto acabará con su vida, comprobar en él el milagro de aquella trasfusión, nos está permitiendo disfrutar de él un tiempo añadido más.

En más ocasiones de las que nos damos cuenta, nuestro cuerpo transita cansado y desgastado por la vida, y la dificultad nos impide proseguir disfrutando de la vida que queremos.
Pero para acompañarnos en esos momentos de debilidad y merma de salud, estáis vosotros, los donantes de sangre Y/o médula ósea y trasplantes de órganos, garantizando en multitud de oportunidades alegría y esperanza que creíamos olvidadas.

En tanto seguimos enganchados a la vida, nunca es tarde para que el milagro de ese pequeño gesto de donar sangre o cualquier otro órgano, pueda salvar la vida de quienes la y los reciben.
No le hurtemos grandeza a esa bolsa de sangre, plaquetas o plasma, a esa médula o a todos aquellos órganos que donamos, salvan cada día muchas más vidas de las que podemos pensar. Donad y disfrutad de su cálida y reconfortante sonrisa.

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